Los radicales libres son productos de desecho tóxicos que se forman dentro de las células del cuerpo, después de varios procesos, ejercen una acción destructiva sobre los constituyentes celulares, en particular sobre las moléculas lipídicas que forman la membrana celular, alterando así la permeabilidad de la célula y llevándola a muerte. Son capaces de atacar los ácidos nucleicos, en particular el ADN (ácido desoxirribonucleico) provocando mutaciones, provocando así la alteración de la información genética. La acción continuada de los radicales libres se manifiesta sobre todo en el envejecimiento prematuro de las células y en la aparición de diversas patologías graves como el cáncer, enfermedades del sistema cardiovascular, diabetes, esclerosis múltiple, artritis reumatoide, enfisema pulmonar, cataratas, enfermedad de Parkinson, Alzheimer y dermatitis.

El organismo no siempre es capaz de contrarrestar de forma autónoma la acción nociva de los radicales libres, por lo que es necesario un aporte externo de sustancias antioxidantes. Los principales antioxidantes que se ingieren con la dieta son los carotenoides (licopeno, β-caroteno, luteína), los polifenoles (taninos, flavonoides, antocianinas) y las vitaminas A, E y C. Varios estudios científicos han demostrado que el licopeno tiene un poder antioxidante energético, 2 veces superior al del β-caroteno y 10 veces superior al de la vitamina E. Los antioxidantes son muy importantes porque contrarrestan y bloquean la acción destructiva de los radicales libres en el organismo humano, desempeñando una función protectora fundamental del sistema cardiovascular y preventiva frente a diversos tipos de tumores, enfermedades degenerativas del sistema nervioso central (Alzheimer, Parkinson), osteoporosis, algunas formas de diabetes (mellitus), degeneración macular relacionada con la edad (AMD) y envejecimiento de la piel. El licopeno es una de las sustancias antioxidantes que más contribuyen al bienestar y la salud humana.